Parte I. El Desfiladero de los Difuntos.

Capítulo II

- Varios días después, el príncipe y yo, junto con las tropas que nos acompañaron al Sur, iniciamos el camino de vuelta a Ífotes. Nuestro retorno a la capital duró algo más de lo esperado. A nuestro camino por las tierras sureñas, campesinos y artesanos de los poblados cercanos a la ruta de vuelta, nos paraban para hacernos ofrendas y elogiar nuestra gesta y esto frenaba nuestro avance. Pero todo y el retraso, no nos faltaba comida y vino, e incluso, en algunos lugares, teníamos que rechazar los víveres que nos proporcionaban por falta de espacio para trasportarla.

- Nuestra primera parada fue Sáfates. Allí nos esperaban, llegados de Lumara, los tres jefes del ejército de Neptadis; tres honorables y bravos gummins que lideraron a los cuarenta mil hombres que combatieron a las tropas de Krobac. Nuestra llegada fue recibida con entusiasmo y júbilo. El Consejo organizó una velada festiva que duró dos días y nos obligó a pernoctar más de lo esperado ya que nuestro deseo era volver a casa cuanto antes, pero a pesar de nuestra aspiración por regresar, valió la pena compartir esos momentos de regocijo con los ciudadanos y los miembros del Consejo de Sáfates.

- Tras las dos jornadas, partimos hacia el Norte, la llegada a Ífotes fue inolvidable, y el momento que vivimos fue el más especial de nuestras jóvenes vidas. Trifut acababa de cumplir veintiún años y yo sólo tenía un par menos. Estábamos a punto de someternos al mayor de nuestros compromisos. Fue un día inolvidable.

- Nuestra entrada a la fortaleza fue anunciada por los trompeteros del castillo que hacían vibrar sus labios emitiendo al unísono el sonido de aviso de nuestra presencia. Las calles estaban engalanadas y a nuestro paso, una lluvia de flores cubría el suelo empedrado mostrando, a pies de nuestros caballos, un mantel de rico colorido. Eran muchas las mujeres que se encontraban a los lados de la calzada, motivos tenían, ya que sus maridos, hijos y hermanos volvían a casa después de varios años. Nos gritaban y vitoreaban y nos daban las gracias por el retorno de sus hombres, pero la verdad, yo estaba convencido que ni yo ni Trifut nos merecíamos tanto reconocimiento. Nuestro cometido más importante, en esta guerra, fue asegurar que la Montaña Prohibida quedase cerrada. El mérito fue de todos los hombres que habían formado parte del ejército de Neptadis. Una tropa que durante diez largos años contrarrestó con valentía el avance de los guerreros oscuros. Tal fue la hazaña, que Trifut tuvo que huir al Sur con sus tropas muy mermadas y esconderse en la Montaña. La Reina Dábadis y el Consejo de los Siete Pueblos formaron este admirable ejército y confió en tres jefes guerrero para encabezarlo. Y son todos ellos los que se merecen nuestro respeto y admiración.

- Pero entonces padre, tú y Trifut no luchasteis en las II Guerras Blancas?

- Bueno, no fue exactamente así. Si que combatimos, pero nos encontrábamos en la retaguardia, bajo las órdenes del Rey Aluter. Durante los dos años que estuvimos en el frente, nos encontrábamos acampados en las afueras de Sáfates y apenas realizamos una decena de incursiones al bosque que separaba nuestro campamento de Lumara. Nuestros enfrentamientos eran vitales, o al menos eso decía el Rey, ya que frenábamos cualquier intento de entrada por el oeste, pero las verdaderas batallas se originaban mucho más al suroeste y a pesar de que Lumara estaba perdida y nuestras tropas retrocedían hacía nosotros, el Rey, por expreso deseo de la Reina Dábadis, nunca nos permitió incorporarnos a los refuerzos que venían del Norte y transitaban por nuestro campamento camino del frente e incluso cuando las tropas de Krobac se posicionaron a las afueras de Sáfates, antes de que llegaran, fuimos ordenados a desplazarnos al norte de la ciudad. Fue entonces, y tras la Gran Batalla, cuando el Rey Aluter recibió una misiva de la Reina Dávadis que nos ordenaba, expresamente, capitanear un ejército de dos mil hombres y perseguir, en su huída al sur, al ejercito de Krobac.

- Entiendo padre, pero ésto pasó hace ya veinticinco años, ¿por qué, ahora,  es tan importante nuestra llegada a Ífotes?, ¿qué tiene de diferente ésta de las anteriores?

- Raudo, ten paciencia todo tendrá un significado, cuando te lo explique todo.

Zoilán, recuperó la narración anterior y continuó describiendo los momentos vividos a su vuelta a Ífotes.

- Como te explicaba antes, nuestro recorrido por la calzada principal de la fortificación acabó en las puertas de Palacio, unos lacayos nos esperaban para llevar a nuestros corceles a los establos. Y poder así unirnos a la corte que nos esperaba.

- A los pocos minutos de desmontar llegamos a la puerta de la sala de coronación. El portón, que se encontraba abierto por completo, nos dejaba ver la majestuosidad de la estancia. La guardia real flanqueaba el pasillo que recorría el salón hasta la base circular que precedía los cuatro escalones que elevaban el trono real. Los tapices colgaban a los lados de la sala y los estandartes de cada uno de los siete pueblos se suspendían por encima del trono. A ambos costados, el gentío de la nobleza, venida de todas partes del Reino, nos acompañaba a nuestro paso por el corredor humano. La luz entraba con fuerza por las ventanas laterales e iluminaban con resplandor las caras de los presentes. Trifut me precedía y delante de él caminaban con zancada firme y segura los tres jefes neptadianos; Paros, Guíder y Nömas. La Reina Dábadis se mostraba de pie delante del trono, a su derecha el Gran Maestre y a su izquierda los siete ancianos miembros del Consejo. Nos alineamos, los cinco, a dos metros de la escalinata y nos arrodillamos mostrando nuestra reverencia a la Reina y al Consejo de los Siete Pueblos.

- La Reina nos dio la bienvenida y pidió a Trifut que explicara con detalle cómo había acontecido la expulsión, de nuestras tierras, del ejército de Krobak. Insistió en conocer el desenlace en la Montaña Prohibida y cómo había sido inutilizada la entrada a la Puerta de la Luz. El príncipe detalló minuciosamente la persecución desde Sáfates hasta el sur y tras comprobar que las tropas oscuras habían penetrado en la montaña ordenó su tapiado. El príncipe narró, durante más de una hora, lo sucedido y la concurrencia permaneció inmóvil y en silencio durante ese tiempo. Tras la explicación, la Reina se levantó, bajó los cuatro escalones que la elevaban de nuestra posición con la mayor de las naturalidades se acercó a Trifut y le besó en la frente. A tiempo que separaba sus labios del rostro le sonría en un acto de complicidad y gratitud.

Con la misma armonía que descendió, volvió a subir los escalones y de pie, delante del sillón real, se dirigió a los asistentes.

- Y qué es lo que os dijo padre?, preguntó Raudo.

- Nos anunció el fin de la guerra y la llegada de los tiempos de paz. Nos dijo que los hombres y mujeres de Neptadis verían crecer a sus hijos, y éstos a los suyos. Nos habló de cómo, en otra época, ya derrotamos al ejercito oscuro y de cómo, de nuevo, habían vuelto a claudicar ante los neptadianos. Primero fue Shuc, padre de Trifut y ahora éste último. Los gritos de alegría inundaron la sala, las gentes se abrazaban y daban gracias a la Reina y al Consejo. Eran momentos de alborozo que la Reina permitió durante unos minutos antes de dirigirse nuevo y anunciarles el que fue el mayor acontecimiento de nuestras vidas.

- Padre por favor, no te demores más, quiero saber que os dijo la Reina.
Zoilán no pudo evitar soltar una prolongada carcajada y sin hacer comentario alguno continuó con la explicación pasados unos segundos.

- La Reina solicitó silencio y tras unos instantes, la sala recuperó la calma. La expectación era máxima. Todos querían escuchar las palabras de la Reina de Neptadis. La monarca, que seguía en pie, nos dijo, que haber alcanzado la victoria solo era un paso más en nuestra historia y que a pesar de que comenzaba una nueva época de concordia, siempre seríamos prisioneros de nuestro destino. Los gummins habíamos sido elegidos, hace doscientos doce años, para proteger el Tesoro de la Hadas Blancas y nuestra obligación era preservarlo y resguardarlo de aquellos infieles que lo ambicionaban. Shuc y Krobac, lo intentaron pero no pudieron, pero volverán otros y de nuevo los sietes pueblos que forman Neptadis se levantarán en armas y defenderán este bien tan preciado. El Consejo de los Siete Pueblos, el Gran Maestre y la Reina decidieron confiar el tesoro de Neptadis a los cinco hombres de mayor honorabilidad y valentía del Reino. La Reina se aproximó a cada uno de nosotros y nos preguntó si aceptábamos ser nombrados guardianes de la Luz y proteger con nuestra vida un de los cinco pedazos en que fue troceado el tesoro.

- Y que contestasteis?, formuló Raudo.
- Primero fue el turno de Paros, continuó con Guíder y el tercer lugar se dirigió a Nömar, los tres contestaron positivamente recibiendo un trozo del tesoro y aceptando con honor el encargo de la Reina. La reliquia se encontraba envuelta en un pedazo de tela oscura que no permitía verla. Luego Dávadis se acercó a Trifut que esperaba impaciente. Sólo yo pude escuchar las palabras que le dedicó ya que lo hizo con voz tenue y sutil. –Querido hijo, cualquier madre estaría orgullosa de ti, pero hoy, como tú reina que soy debo pedirte que enorgullezcas a tú pueblo aceptando esta cometido.

- Y que contestó?, preguntó Raudo.

-Pues dijo, más o menos, con estas palabras: -Acepto con honor esta responsabilidad. Nuestro pueblo se sentirá orgulloso de los Guardianes de la Luz. Protegeremos con nuestras vidas este tesoro.

- Por último, la Reina se acercó a mí. Las piernas me temblaban y las manos me sudaban sin control. Todavia recuerda cada una de las palabras que me transmitió. – Joven Zoilán, tu destreza con las espadas supera con creces tu habilidad para forjarlas, pero hay algo que te aventaja del resto y que me enorgullece como reina, es tu lealtad y amistad a Trifut. Como sabes, el Príncipe te considera algo más que un leal amigo, para él eres un hermano y para mí un hijo, es por ello que te pido que les acompañes en esta ardua misión.

- Yo acepté gustosamente y me sentí el herrero más afortunado del Reino. La Reina me depositó el trozo del tesoro y hasta la fecha lo he conservado y protegido de cualquier desventura.

- Padre, me siento abrumado, nunca antes me habías contado nada sobre esto, es más, jamás he sabido de ningún tesoro y mucho menos que tú fueras el guardián de una parte de él.

- Es cierto hijo, y si lo he mantenido en secreto ha sido para preservar tu seguridad. La pertenencia de esta reliquia me obligaba a alejarte de los peligros que supusieran los posibles intentos de apropiársela. La tentación de poseerla de cualquiera, ya fuera, de dentro o de fuera del reino, me obligó, al poco de instalarnos en nuestras tierras, a esconderla allá donde se encontraría más segura; En el Bosque de las Sombras, un lugar, que como sabes, muy pocos se han adentrado. Además le prometí a tú madre que lo mantendría en secreto.

- Madre te hizo prometer que no me lo contarías, le pregunto Raudo sorprendido.

- No fue exactamente así. Tu madre me pidió que te mantuviera al margen de esta atribución que me otorgó la Reina, al menos, hasta que alcanzaras una edad que te permitiera entenderlo.

- Debes saber algo al respecto. Tu madre me hizo esta demanda en su lecho de muerte. Le prometí que marcharíamos lejos de Ífotes, que tu mocedad sería lo más parecida a la de cualquier otro joven y que te mantendría alejado de cualquier peligro.

- Lo entiendo padre, pero durante estos años, no ha ocurrido nada. Hemos vivido en paz. ¿De qué peligros me has tenido que proteger?

- Tienes toda la razón. Hemos vivido sin sobresaltos y la tranquilidad nos ha acompañado durante estos años. Tu madre sólo quería asegurase que tu futuro no fuera el mismo que le alcanzó a ella.

- Pero, madre murió por culpa de unas fiebres que recorrieron sin reparo toda Neptadis y a pesar de que vivir aquí nos podía proteger algo más, seguro que no hubieras podido evitar que enfermara.

- Es cierto Raudo, pero la promesa que le hice a tu madre no tenía nada que ver con protegerte de ninguna enfermedad sino de aquellos que pudieran hacerte daño con el fin de conseguir el trozo del tesoro que custodio.

- Debes saber la verdad del fallecimiento de tu madre. Es algo que llevo deseando contarte hace años, pero, de nuevo, fue otra promesa que me pidió tu madre. Espero que puedas entenderlo. Lo hice para que no condicionara tu  vida.

Por la cabeza de Raudo, circulaban los recuerdos del aquel día que vio a su madre, ya cadáver, en la alcoba conyugal. Todavía, años después lamentaba no haber podido despedirse. A pesar de que las explicaciones de la muerte de su madre le convencieron, siempre le quedó la duda de lo fulminante que fue.

La conversación entre padre e hijo había adquirido una dudosa tranquilidad. Zoilán quería sentirse por fin libre de secretos y Raudo se sentía deseoso de saber.  

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